Hace poco más de una década atrás, Mame Diarra Dione (que se pronuncia Mam Diara Dion) no se llamaba así. Era una chica del conurbano, que viajaba a Capital —como tanta gente—, para trabajar de lunes a sábados en un local de indumentaria deportiva. Usaba suelto su pelo enrulado. A veces se lo recogía para sentirse más cómoda, pero nunca se lo cubría con un pañuelo, como ahora.